Nuestra conciencia hace que tomemos unas decisiones y no otras, fija los objetivos sucesivos de nuestro día a día y de nuestra existencia, y determina así nuestra felicidad o desgracia. El signo fundamental de que tenemos control sobre nuestro entorno y de que conseguimos alcanzar nuestras metas, cuando la conciencia nos guía con éxito, es la alegría. Cuando no somos capaces de alcanzar cierto éxito y control aparecen, contrariamente, la frustración y la tristeza.
Escribía H. Bergson:
La alegría es un sentimiento de éxito y de dominio sobre nuestro entorno. Aparece con la convicción de que la realidad funciona según la acertamos a pensar, y que alcanzamos a crear algo durable que nos lo demuestra y da sentido a nuestras acciones. Pero una obra que aporta alegrías tiene como condiciones previas la inteligencia y el esfuerzo. Las satisfacciones inevitablemente se alternan con las frustraciones: no tenemos éxito en todos los intentos y cuando lo tenemos su duración y alcance son limitados. Por supuesto nuestros pensamientos no se corresponden con lo real y con la verdad de un modo indefinido. Lo que pensamos, incluso, más que acercarnos, nos puede alejar de la realidad en más ocasiones de las que creemos.
Para aproximarse a la huidiza verdad hay que ser inteligentes y hay que perseverar, no es una tarea fácil. La ignorancia habitualmente no es, al contrario de lo que solemos creer, un vacío de conocimiento, sino el desvarío de un exceso de certezas, las cuales habrá que ir desarmando, como argumenta A. Finkielkraut. Sucede que, sin darnos apenas cuenta, todo lo que ocurre en la realidad (en el presente) lo convertimos en una trama temporal (sobre el pasado y el futuro) de argumentos comunes y convencionales más que no se refieren a los hechos reales. Nuestra conciencia, por su funcionamiento natural, somete la realidad a las formas comunes del lenguaje. Nos esmeramos en narrar, en poner en pasado y en futuro, lo que sentimos y pensamos en el presente; subordinamos nuestro mundo interior a lo comunicable, a lo socialmente práctico y convenido, y tomamos nuestras ideas comunes como la medida de todas las cosas. Y 'cuanto más exclusivamente se toma a sí mismo el hombre, en cuanto sujeto, como medida de las cosas, más equívoca la medida', señalaba Heidegger. De modo que para acertar con las decisiones correctas y crear algo de interés hay que atreverse a cuestionar y deshacer antes nuestras elaboraciones mentales personales, y las de los demás, con una buena dosis de valentía. Nuestros supuestos conocimientos constituyen un entramado de ideas y certezas que veremos que se desmonta en cuanto lo ponemos a prueba.
Para aproximarse a la huidiza verdad hay que ser inteligentes y hay que perseverar, no es una tarea fácil. La ignorancia habitualmente no es, al contrario de lo que solemos creer, un vacío de conocimiento, sino el desvarío de un exceso de certezas, las cuales habrá que ir desarmando, como argumenta A. Finkielkraut. Sucede que, sin darnos apenas cuenta, todo lo que ocurre en la realidad (en el presente) lo convertimos en una trama temporal (sobre el pasado y el futuro) de argumentos comunes y convencionales más que no se refieren a los hechos reales. Nuestra conciencia, por su funcionamiento natural, somete la realidad a las formas comunes del lenguaje. Nos esmeramos en narrar, en poner en pasado y en futuro, lo que sentimos y pensamos en el presente; subordinamos nuestro mundo interior a lo comunicable, a lo socialmente práctico y convenido, y tomamos nuestras ideas comunes como la medida de todas las cosas. Y 'cuanto más exclusivamente se toma a sí mismo el hombre, en cuanto sujeto, como medida de las cosas, más equívoca la medida', señalaba Heidegger. De modo que para acertar con las decisiones correctas y crear algo de interés hay que atreverse a cuestionar y deshacer antes nuestras elaboraciones mentales personales, y las de los demás, con una buena dosis de valentía. Nuestros supuestos conocimientos constituyen un entramado de ideas y certezas que veremos que se desmonta en cuanto lo ponemos a prueba.
La razón que se fía al conformismo y a la comodidad se convierte muy rápidamente en foto fija y pierde el hilo de la huidiza realidad. Olvida lo concreto y lo objetivo, toma de la realidad solo lo que le permite seguir razonando en el mundo de representaciones que ella misma crea. La razón pretende siempre alimentarse a sí misma, busca justificarse en las generalidades, tiende a sobredimensionarse y a exceder la medida de su objeto originario. No se cuestiona a sí misma, a no ser que tenga muy buenos motivos para hacerlo. Nos sentimos cómodos, en general, con las medias verdades, con el vagar por el mundo de las ideas habituales. El verbal es un mundo que en realidad no casa bien con el mundo empírico, que exige un esfuerzo añadido de someter el lenguaje a la verdad, si no queremos que la verdad quede sometida al lenguaje.
La conciencia es el mandato de nuestra inteligencia. El intelecto nos guía por el mundo y por nuestros conocimientos toda nuestra vida. Conseguiremos alcanzar nuestros objetivos, anticiparnos en alguna medida a lo que la realidad nos va a deparar, entender el mundo y tener momentos felices, a través de nuestra inteligencia y de la capacidad que tengamos para deshacer los errores individuales y colectivos. Es en la vida social donde ponemos en común nuestra conciencia con la de los demás individuos, pero también es donde caemos más rápidamente en lo banal si no nos atrevemos a confrontarla. No es fácil armonizar lo personal con lo colectivo. Esta dualidad genera siempre un conflicto, del que nacen unas dinámicas muy poderosas:
“La sociedad, que es la puesta en común de las energías individuales, se beneficia de los esfuerzos de todos y vuelve más fácil el esfuerzo de todos. Solo puede subsistir si subordina al individuo; solo puede progresar si lo deja hacer: exigencias opuestas, que habría que reconciliar. Si el individuo se olvida de sí mismo, la sociedad olvida a su vez su destino; uno y el otro, en estado de sonambulismo, hacen y rehacen indefinidamente la ronda del mismo círculo, en lugar de caminar, recto hacia delante, con una eficacia social más grande y con una libertad individual más completa. Solo las sociedades humanas tienen fijas ante sus ojos las dos metas a alcanzar. En lucha consigo mismas y en guerra unas con otras, buscan visiblemente, mediante la fricción y el choque, redondear ángulos, desgastar antagonismos, eliminar contradicciones, hacer que las voluntades individuales se inserten sin deformarse en la voluntad social y que las diversas sociedades entren a su vez, sin perder su originalidad ni su independencia, en una sociedad más vasta: espectáculo inquietante y tranquilizador, que uno no puede contemplar sin decirse que aquí también, a través de innumerables obstáculos, la vida trabaja en individuar y en integrar para obtener la mayor cantidad, la variedad más rica, las cualidades más altas de invención y de esfuerzo.” (H. Bergson)
Las demás personas son lo relevante para nosotros, lo que ocupa mayormente nuestra atención y nuestros pensamientos. La propia sociedad nos da la técnica y la cultura, el conocimiento y los medios para poder entender el mundo natural; pero lo más importante es entender a nuestros iguales, que son lo más complejo, imprevisible y lo que más nos ha de preocupar.
La sociedad es una confrontación de conciencias. A veces sucede que las sociedades son rígidas e imponen la razón dominante, y las personas se someten a ella a costa de su libertad, esto es, de su capacidad de decidir y de crear. Son grupos o sociedades autoritarios, que menosprecian lo individual, lo diferente, y amenazan las conciencias individuales. Confunden la razón (algunas razones), los argumentos de la conciencia (de algunas conciencias), con la realidad. Y los imponen. Muchas de las personas que participan en estos grupos no conciben la conciencia como un proceso de creación sino que la reducen a algunos de sus contenidos, los cuales fijan como absolutos y definitivos. Confunden su propia subjetividad con la realidad. Son esclavas de sus pensamientos. Estas personas y grupos entran en un estado de 'sonambulismo' y no hacen más que dar vueltas a unos mismos temas que no llevan a ningún progreso. Los sujetos dejan de ser sinceros y se someten a unas metas que no son las suyas personales; sus conciencias individuales se han alienado. El progreso que debía surgir de la confrontación individuación-integración grupal simplemente ha desaparecido.
No siempre somos capaces, y esto nos pasa a todos, admitámoslo, de entender la razón más que como un conjunto de conocimientos absolutos, y no como el motor de cambio y evolución que es. Debemos creernos nuestros propios pensamientos y conocimientos, los cuales hemos adquirido de nuestra cultura, ahora bien, también debemos tener presente que su alcance es limitado y que normalmente no sabemos todo lo que solemos creer que sabemos sobre la realidad. No percibimos, ninguno de nosotros, toda la realidad ni recordamos todo lo que creemos recordar, al contrario, somos terriblemente selectivos: solo recordamos, percibimos y actualizamos una reducida información que encaja bien con nuestro estado momentáneo y que nos es práctica en aquella circunstancia concreta en que nos situamos. Ignoramos el resto de situaciones y de actitudes diferentes de la nuestra, simplemente porque no nos encontramos en ellas.
Nuestra conciencia es atención y expectativa. Y como se sabe en psicología, la atención es selectiva, sólo atendemos a una cosa en cada momento. Reducimos la infinita información potencial a una única real y concreta presente. “Es el cerebro quien nos brinda el servicio de mantener nuestra atención fijada sobre la vida; y la vida mira hacia delante; solo retorna hacia atrás en la medida en que el pasado puede ayudarla a iluminar y a preparar el porvenir. Vivir, para el espíritu, es esencialmente concentrarse sobre el acto a cumplir. Es entonces insertarse en las cosas por intermedio de un mecanismo que extraerá de la conciencia todo lo que es utilizable para la acción, a riesgo de oscurecer la mayor parte del resto. Tal es el rol del cerebro en la operación de la memoria: no sirve para conservar el pasado, sino para taparlo primero, luego para dejar transparentar de él lo que es prácticamente útil.”
La conciencia, en definitiva, es la fábrica de la realidad y de los momentos en que vive cada uno, es un mecanismo que actúa en el presente y que crea la ilusión del pasado y del futuro. Es una mecánica que trama ideas sobre lo que puede haber pasado y lo que puede pasar, pero que no tiene información de su funcionamiento interno, que no capta objetivamente el pensar en sí, el acto que nos define como humanos. La conciencia no capta el instante preciso de su propia acción, ni tampoco, por tanto, la causa de su sucederse; se remite inevitablemente al pasado y al futuro que ella misma crea. La razón se justifica siempre a sí misma.
Nadie debería, pues, tomarse a sí mismo demasiado en serio. Solo lo necesario.
Bergson, H. (1919). La energía espiritual. Buenos Aires: Cactus.
Finkielkraut, A. (2009). Un corazón inteligente. Madrid: Alianza.
Heidegger, M. (1927). Ser y tiempo. Madrid: Trotta.
Muy bien texto. Capto mi atención al instante de leerlo y se fue dando esa magia de cuando uno lee y en su mente para comprendiendo el texto. Se sintió cuando dos manos se unen producto de acordar algo. Felicitaciones
ResponderEliminarMuchas gracias Diego. Muy amable.
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