Tu cerebro no es un ordenador

Busto de Homero. Copia romana de un original helenístico del siglo II a.C.
     Afirmaba recientemente Robert Epstein:

"Tu cerebro no procesa información, no recupera conocimiento ni almacena recuerdos. En resumen: tu cerebro no es una computadora."

     Nuestra mente, en efecto, se parece muy poco a un ordenador. Nuestro cerebro no es un almacén de información, ni el pasado está guardado en un archivo de memoria. El cerebro no es la máquina creada específicamente para guardar y reproducir datos que nos empeñamos en ver.
Nuestras cualidades tienen muy poco que ver con las de una computadora; en realidad los ordenadores son mucho mejores que nosotros en guardar, procesar y reproducir datos, pues están diseñados específicamente para ello. Pero, por supuesto, se limitan a cumplir su cometido y no son capaces de sentir o experimentar nada, ni de tener ninguna conciencia por tanto.
     Los seres humanos podemos prescindir de los datos y los símbolos para sentir y pensar, aunque somos capaces de manejarlos y de representar objetos y sucesos con ellos. Nosotros huelga decir que tenemos experiencias sensibles a partir de las energías que provienen del entorno y de nuestro propio cuerpo. Lo que hacemos esencialmente las personas es sentir la rica variabilidad de los sentidos y experimentar pensamientos acordes con ella; somos como una caja de resonancia que reverbera los estímulos que le vienen en el continuo presente: los sentimos, y, con lo que sentimos, pensamos. El pensamiento es una asimilación de la realidad sensorial, una especie de eco que ésta produce en nosotros.

     La ‘realidad’ es lo sensible que experimentamos a cada momento, es la presencia de los fenómenos mientras ocurren, tanto de los sucesos a nuestro alrededor como de la actividad de nuestro organismo. La realidad inmediata es pura presencia sensible, no es ninguna representación. En la realidad del presente (la única realidad posible) están los cambiantes sucesos del mundo, como están las acciones de nuestro variable organismo, las sensibilidades que producen unos y otras de modo ininterrumpido. La actividad de la mente es acción actual, presencia, es excitabilidad de nuestro tejido nervioso a lo que sucede fuera y dentro de nuestro cuerpo. Mientras que nuestra memoria es el rastro que queda en nuestro cerebro de sensibilizaciones que se produjeron en el pasado. El recuerdo es la vivencia presente de lo que se sensibilizó en el pasado y que se vuelve a sensibilizar ahora; recordar, como cualquier actividad, es una actividad del ahora con lo que existe ahora. La memoria es mucho más lo que es y lo que hace ahora nuestro cerebro que las cosas que sucedieron en el pasado.
     Al presente, con recuerdos o sin recuerdos que lo acompañen, no podemos dejar nunca de sentirlo. Los recuerdos no tienen la capacidad de eliminar la presencia de lo que sentimos. Nuestros recuerdos (incluidos el tipo de recuerdos que llamamos conocimientos) se sensibilizan, precisamente, con lo que sentimos ahora, y es por esto que afirmamos que la memoria afecta al modo como interpretamos lo que sentimos. Pero no son los conocimientos y los recuerdos los que crean la experiencia sensible, sino que es esa experiencia de facto la que los pone a funcionar a ellos.

     El mundo fluye a la vez que nuestro organismo fluye, con correspondencia. Pero el discurrir interno de nuestro organismo, a diferencia de los acontecimientos del exterior, nos resulta inenarrable en buena medida, porque la actividad de nuestro cuerpo, aunque nos ofrece un flujo continuo de sensaciones, no es en su mayor parte información computable para nuestra mente. La fisiología de uno es inefable para uno mismo. Aunque se la siente no entra en los circuitos de memoria como conocimiento, puesto que es ella la que sostiene a los conocimientos y los recuerdos, y no al revés. La fisiología es sensibilidad y actividad pura, totalmente incapaz de reconocerse a sí misma.
     Una cosa es la presencia de actividad mental y otra cosa muy distinta es la capacidad de representación que ésta pueda tener: sucede que ninguna actividad puede representarse ni interpretarse a ella misma, siempre representa o interpreta otra cosa distinta de sí misma. Para que haya representación, lo que hace la acción de representar y lo que es representado deben ser cosas distintas. Nada se representa a sí mismo, solo se 'presenta', existe en sí mismo. No es nuestra mente ni nuestro organismo sino el mundo exterior quién aporta los objetos de conocimiento susceptibles de ser representados. Es por esto que percibimos y pensamos el mundo, no a nosotros mismos. A nosotros simplemente nos sentimos.
     De modo que el funcionamiento de esta mente primaria de la sensibilidad interior, esta realidad inmediata en la que nos encontramos a cada instante de nuestra vida, no nos resulta aprehensible por medio de la razón, pero conforma nada menos que los estados subjetivos a partir de los cuales desplegamos nuestra percepción del mundo. La sensibilidad visceral tiñe los objetos mentales, los impulsa, los modula, aunque no es uno de ellos. Afecta todo el funcionamiento mental: la memoria, el pensamiento, las emociones, pero no es un contenido informativo que se pueda representar de ninguna forma (¿Cómo se representa un dolor o un malestar?). Son puras sensaciones: se sienten cuando están presentes y no se sienten cuando no lo están. Rompen las reglas del juego de la asociación de ideas: no son información integrable a la memoria o al pensamiento (¿Cómo podemos recordar o pensar un dolor o malestar si no está presente?). Sencillamente las sentimos y afectan lo que hacemos en tanto que están ahí en una cierta calidad, grado y tiempo. Son lo que sentimos a cada instante; son lo que nos diferencia de la inteligencia artificial, que, por muy sofisticada que pueda llegar a ser, opera con símbolos y representaciones exclusivamente.

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     La sensibilidad, la memoria, el pensamiento, todo aquello que guarda relación con el intelecto y la capacidad de razonar se manifiesta en la variable manera como cada ser humano siente y experimenta cada momento de su vida, algo que es de la mayor trascendencia para cada uno de nosotros, pero que se resiste, por su propia naturaleza, a nuestro conocimiento y, por ende, a la ciencia.
En las situaciones en que no notamos apenas la 'carga' de nuestro cuerpo, en que no sentimos tanto nuestra organicidad, nos sentimos ligeros y vivaces, nuestro pensamiento es agudo y todo parece fácil y que fluye de manera óptima; nos sentimos y parecemos más inteligentes. En cambio, cuando sentimos en mayor grado el peso difuso de nuestra visceralidad todo se complica. Lo que sentimos de nuestro interior aporta una mayor complejidad a nuestro pensamiento y a nuestra toma de decisiones. Ahí se originan lo que llamamos estados de ánimo, sentimientos, impulsos, motivaciones. Nuestra conciencia tiene que lidiar con una mayor diversidad de estados y sensaciones internos que ensombrecen y distorsionan nuestra percepción del mundo, y no conseguimos o nos cuesta mucho tener un pensamiento lúcido; la vivacidad de nuestro entendimiento del mundo exterior se nubla con la complejidad añadida del mundo interior, el cual no nos resulta procesable ni, por tanto, resoluble. En esos momentos la vitalidad con que nos desenvolvemos en nuestro entorno se ve disminuida, lentificada; en definitiva, nos sentimos y parecemos mucho más torpes.
     Homero, antes de Diógenes, ya entendía que la mente y la experiencia de la vida eran una misma cosa, y se refería a la una y a la otra de un modo totalmente intercambiable con el término thymós. El thymóhomérico alude a un tipo de materia que en contacto con el cuerpo hace devenir a éste sintiente y pensante; se trata una especie de hálito relacionado con el aire y la sangre (esto es, con los procesos fundamentales de la vida que son la respiración y la circulación sanguínea). El thymóes una sustancia rigurosamente física y variante que aporta la variante capacidad de sentir y actuar al cuerpo. El cuerpo sin thymós es solo carne inanimada. Él aporta, a cada momento de nuestra existencia, a cada soplo, la vida y la capacidad de sentir y pensar indisociable de ella; solo nos abandona cuando nos desvanecemos, o con nuestro último aliento cuando morimos. Actúa con el aliento de la respiración y con la circulación de la sangre, que introducen y difunden el aire vivificador por todo nuestro organismo.
    La psyché es la parte representacional o informacional del pensamiento, que no existe sino de manera virtual. Corresponde a la ‘inteligencia’ de la inteligencia artificial, a los datos que se conviene que pueden existir en un algoritmo, al cálculo de probabilidades de que ocurra una cosa que no ocurre de facto. La psyché es el mundo simbólico, un submundo pasivo del mundo vivido, algo semejante al inframundo del Hades o mundo invisible de lo que no tiene vida en sí mismo, pero que se entiende que puede llegar a tenerla y manifestarse en los actos de sujetos concretos si se dan unas determinadas condiciones o situaciones.
     Para Homero la vida consciente y los procesos del pensamiento no se reducen a las ideas como informaciones o representaciones, sino que los procesos reales que conjugan esos contenidos de la psyché se originan en los estados internos del cuerpo vivo, son el resultado de la acción vital que ejerce el aire sobre la sangre y todo nuestro cuerpo por medio de la respiración. Los procesos de pensamiento son los actos psicobiológicos que 'hacen vivir' las ideas, que las sensibilizan en la conciencia en el instante que coexisten con nuestro cuerpo sintiente.
     La mente y los pensamientos viven con lo que existe ahora, que son las sensaciones; esto es lo fundamental. El resto es eco y vago recuerdo.

     En plena era digital Homero, pese a todo, sigue reinando en el reino de la mente.

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