Mente extensa

J. Ortega y Gasset
     Los recuerdos no son tanto registros del pasado como actividad mental presente. Aunque situamos los recuerdos en el pasado, la actividad de la mente, como cualquier actividad, sucede exclusivamente ahora. Los significados, las interpretaciones, el sentido de las experiencias, cualesquiera que sean, los articula la conciencia en el presente.
     Las huellas de memoria que quedan de nuestras experiencias pasadas no son ni representan esas experiencias, solo son un vestigio, una marca que persiste. Sin duda hay en el cerebro huellas que se crearon en un presente anterior, pero están ahí como lo están en cualquier objeto físico del mundo, como un arañazo en una madera, por ejemplo. La huella que persiste es el arañazo, pero no la acción o evento que lo produjo. El arañazo no es una representación ni una reproducción de esa acción o evento, no tiene porqué contener información de ellos más allá de ser un simple resultado suyo, el cual puede incluso ser totalmente accidental. Ese arañazo no es un significado, es un hecho. Del pasado permanecen las marcas de memoria, no los significados que les damos. No recordamos significados, los significados los creamos en el ahora. Cuando se recuerda se sensibilizan huellas de memoria a partir de las sensaciones que se tienen ahora (esto es, a partir del estado y situación actuales del individuo), las cuales, huellas y sensaciones, se articulan conjuntamente en la conciencia.
    Los seres humanos, a diferencia de los ordenadores, tenemos experiencias sensibles a partir de los estímulos del entorno y del propio cuerpo y elaboramos significados con ellas. Lo que hacemos con nuestra biología (huellas y marcas incluidas) es sentir y resonar con esa rica realidad de los sentidos y elaborar contenidos mentales acordes con ella. Los ordenadores y la inteligencia artificial no tienen, por supuesto, ninguna sensibilidad ni experiencia y, aunque puedan hacer algo que consideremos inteligente, solamente son capaces de operar con datos y símbolos que (hemos acordado que) representan algo. No sienten y no pueden, por tanto, sensibilizar sus recuerdos. No poseen nada parecido a nuestra conciencia, ni lo van a poseer por un mero acúmulo de información. Como no sienten ni se sienten a sí mismos, no pueden generar significados para sí mismos, son solo máquinas que sirven para operar con representaciones que tienen significado para los sujetos sensibles y conscientes que las han creado. 
     Mente y cerebro son sensibles y activos ahora; funcionan, tal como son ahora, con los estímulos a que estamos expuestos en el instante presente. Pueden evocar ecos sensoriales relacionados con experiencias del pasado y podemos imaginar objetos o situaciones a partir de estos ecos, y también podemos representar con símbolos y lenguajes estos objetos o situaciones, con mayor o menor acierto, pero esto no significa en absoluto que esos símbolos tengan la capacidad de reemplazar a lo que representan. En todo caso las representaciones, en cualquiera de sus formas, son un añadido a lo que son nuestra vida y nuestra conciencia ahora.
     Decía José Ortega y Gasset: “La vida es siempre un 'ahora' y consiste en lo que ahora se es. El pasado de su vida y el futuro de la misma sólo tienen realidad en el ahora, merced a que ustedes recuerden ahora su pasado o anticipen ahora su porvenir. En este sentido la vida es puntual, es un punto: el presente, que contiene todo nuestro pasado y todo nuestro porvenir. Por eso he podido afirmar que nuestra vida es lo que estamos haciendo ahora.” (p. 39)
     Los recuerdos conscientes del pasado y las ideas que tenemos sobre el porvenir son puros pensamientos del presente. Lo que recordamos conscientemente del pasado no es la realidad que se dio en un presente ya pretérito, es lo que interpretamos ahora, que puede diferir de lo que interpretemos en otro momento, y es, por tanto, una experiencia significativa que ocurre en este momento preciso. Las elaboraciones conscientes de la memoria son actividad mental presente, incluso fantasía, que cambia según el momento: son pura subjetividad presentista. 
     Lo vemos también si nos referimos al futuro. La realidad que sucede efectivamente en el futuro normalmente no se parece mucho al futuro que habíamos pensado, a las previsiones que imaginamos constantemente. ¿Suceden las cosas tal como las imaginamos? Rotundamente no. Lo que experimentaremos en el futuro es imprevisible. Intentamos prever lo que pueda pasar, pero la forma en que ocurrirá el hecho concreto suele ser diferente de lo que imaginábamos. En todo caso, vamos adaptando nuestras previsiones a lo que va sucediendo y a lo que vamos sintiendo, buscando que encajen con ello. 
Con el pasado nuestra mente funciona igual, solo que no tenemos opciones de actuar e influir sobre una realidad que ya sucedió. Zanjamos el pasado con una idea de él y no nos cuestionamos (nuestra interpretación de) lo que ya ha sucedido, a no ser que lo consideremos relevante para lo que (creemos que) pueda suceder en el futuro próximo. El pasado real aporta marcas a nuestra biología, pero nuestra conciencia del pasado, la visión que tenemos de las cosas que han sucedido, es una pura elaboración subjetiva que hacemos ahora, podemos decir, con miras a lo que creemos que puede ser el futuro.
     En definitiva, todo nuestro pasado tiene el significado que le damos en el presente. De las experiencias pasadas queda en realidad menos de lo que creemos, no son un bagaje que se aproveche entero ni mucho menos. Incluso en la conciencia muchas veces puede no haber nada relacionado con el pasado. Las experiencias simplemente se suceden en la actualidad sensible, y a lo más quedan restos o vestigios. La realidad es sensibilidad y acción instantáneas, en continuo cambio, y es a esa realidad a la que damos significado, con unas marcas u otras, o tal vez ninguna. Ésta constituye una tensión a la que estamos expuestos continuamente: el encaje de lo mental (el pasado y el futuro que podemos imaginar) con lo real (el presente), la manera como adecuamos lo que pensamos o imaginamos a lo que sentimos.

* * *

     La conciencia, más que recuerdo, es intención, pero lo primero de todo es sensibilidad y experiencia del mundo y de uno mismo. Es darse cuenta de las cosas de fuera y también de nuestro cuerpo, es sentir y es, en un sentido amplio, vivir. 
     Sentir nuestra propia vida es una forma primaria de 'conocimiento'. Lo que uno siente a cada momento de su existencia conforma su conciencia más elemental. La conciencia tiene más que ver con sentir el cuerpo, sentir un dolor de muelas por ejemplo, que con el conocimiento intelectual o el recuerdo de una información. La conciencia consiste básicamente en sentirse a uno mismo y sentir las cosas que le rodean, de un modo físico y sensorial.
     Decía Ortega y Gasset: 

“Vivir es lo que hacemos y nos pasa, desde pensar o soñar o conmovernos hasta jugar a la Bolsa o ganar batallas. Pero, bien entendido, nada de lo que hacemos sería nuestra vida si no nos diésemos cuenta de ello. Este es el primer atributo decisivo con que topamos: vivir es esa realidad extraña, única, que tiene el privilegio de existir para sí misma. Todo vivir es vivirse, sentirse, saberse existiendo, donde saber no implica conocimiento intelectual ni sabiduría especial ninguna, sino que es esa sorprendente presencia que su vida tiene para cada cual: sin ese saberse, sin ese darse cuenta, el dolor de muelas no nos dolería.” (p. 42)

     La conciencia es sentir el mundo alrededor y sentirse a uno mismo y su cuerpo, simultáneamente. Pero también es verdad que no solemos reparar en nuestro cuerpo. Aunque forzosamente siempre lo sentimos y siempre debemos contar con él, porque nuestro cuerpo siempre está ahí aportando toda su gama de sensibilidades, normalmente no reparamos en él y no somos capaces de separar esas sensibilidades internas de los estímulos que provienen del exterior. 
     Nuestra conciencia está tan ligada al cuerpo y a nuestros estados y sentimientos internos, que los confunde habitualmente consigo misma. La conciencia crea pensamientos, emociones, deseos, ilusiones a partir de cómo el cuerpo está y de lo que sentimos de él. La mente cuenta con el cuerpo, sabe de su existencia, y lo siente en todo momento, pero sólo repara en él cuando las sensaciones exceden, por algún motivo, la normalidad (el caso del dolor de muelas, por ejemplo). Entonces es cuando nos fijamos en el cuerpo, e interpretamos el dolor, la enfermedad, el hambre, los detalles de nuestra sensibilidad de forma separada de las sensaciones del exterior. Pero si la estimulación corporal no es lo suficientemente intensa o no sabemos definirla, confundimos lo que sentimos del cuerpo con lo que pensamos del mundo, y de ahí nacen nuestras emociones, impulsos, motivaciones, decisiones, personalidad incluso. 
     Con estos procesos psicológicos gestionamos nuestros estados vitales (corporales y mentales). Estos procesos pueden entenderse como los mecanismos genuinos de gestión de la estimulación interna, de la 'vida de nuestro cuerpo', a la vez que de la estimulación externa, de 'nuestra vida en el mundo'. Continuamente adoptamos actitudes ante los objetos, personas y sucesos de nuestro entorno a partir de como nos sentimos internamente, y se nos plantea la necesidad de tomar decisiones para actuar en un sentido o en otro a partir de ello.

“Lo que me es dado al serme dada la vida es la inexorable necesidad de tener que hacer algo. Vida es un tener siempre, quiera o no, que hacer algo. La vida que me ha sido dada, resulta que tengo que hacérmela yo. Me es dada, pero no me es dada hecha, como al astro o a la piedra les es dada su existencia ya fijada y sin problemas. Lo que me es dado, pues, con la vida es quehacer. La vida da mucho quehacer. Y el fundamental de los quehaceres es decidir en cada instante lo que vamos a hacer en el próximo. Por eso digo que la vida es decisiva, es decisión. (…) Si yo tengo que decidir lo que voy a hacer, quiere decirse que la vida me coloca siempre, en todo instante, frente a varias posibilidades de hacer. Al salir de aquí yo puedo hacer muchas cosas diversas, por lo menos varias. Entre ellas tengo que decidir.” (pp. 47-48)

     ...Y decido a partir de como me siento. La conciencia, este sentir lo de afuera y sentirse uno mismo de una determinada manera, es lo que nos mueve a emprender o mantener una actividad u otra, a buscar o seleccionar una determinada información en el entorno, a razonar y a tomar decisiones concretas. De modo que la actividad del pensamiento consiste esencialmente en gestionar lo que sentimos, y su resultado (lo concreto que pensamos) es nuestra manera de estar en el mundo. Las ideas o contenidos mentales coexisten, de este modo, con nuestros sentimientos y sensaciones inmediatos.
     Nuestro cuerpo emite un ruido de fondo que siempre está ahí, un continuo difuso de sentimientos habitualmente no conscientes (no conscientes porque no los aislamos del resto de estímulos con la atención, no reparamos en ellos) que determina nuestra experiencia vital. Con ellos no reparamos normalmente, es cierto, pero es imposible no contar con ellos porque su presencia es inevitable. Nosotros somos, ante todo, nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo es el elemento principal de nuestra situación, diría Ortega y Gasset.

En nada suele el hombre reparar menos que en sí mismo y, sin embargo, con nada cuenta más constantemente que consigo. Yo existo siempre para mí, pero sólo de cuando en cuando tengo conciencia propiamente tal de mí.” (p. 41)

    El cuerpo en sí aporta sensibilidad, pero poca cognoscibilidad. Nosotros somos la máquina que busca e interpreta la información pero no somos la información en sí (no somos normalmente el contenido mental, aunque tenemos el hábito de identificarnos con lo que pensamos, para bien o para mal). Las personas sentimos el cuerpo pero buscamos la información afuera. No podemos ni sabemos operar directamente sobre nuestro cuerpo, el cual funciona en gran medida de un modo autónomo; no tenemos casi control sobre él (a excepción de los músculos estriados, que son los que, precisamente, nos proporcionan la capacidad de movernos y actuar sobre los objetos del exterior). Los objetos sobre los que podemos actuar, los cuales utilizamos como herramientas para actuar a su vez sobre nosotros mismos, están en el exterior, y es hacia ellos hacia donde dirigimos forzosamente nuestra mirada. Estamos diseñados para mirar y actuar afuera. Lo útil y práctico a nuestra acción, lo que hace que las cosas puedan suceder o no, o puedan suceder de una manera o de otra, está fuera de nosotros. 
     Nuestro comportamiento se desarrolla hacia afuera, a pesar de que el objetivo final de tal comportamiento sea repercutir en el estado interno que lo ha iniciado. En este sentido se puede afirmar que vivimos en simbiosis con lo que nos rodea y que el entorno es una extensión de nuestro yo. Constantemente proyectamos y buscamos afuera lo que sentimos internamente. Como manifiesta Ortega, vivimos fuera de nosotros mismos; lo de afuera es lo que ocupa constantemente nuestra atención, aunque nuestra conciencia esté bañada siempre a nivel sensorial por cómo sentimos nuestro cuerpo. Lo de fuera es el ámbito de la información y de lo inteligible, y de la acción.

“El estar en una circunstancia o en el mundo es constitutivo de mi vida, el hombre existe fuera de sí, en lo otro, en país extraño, no a ratos y de cuando en cuando, sino siempre y esencialmente. Vivir es existir fuera de sí, estar fuera, arrojado de sí, consignado a lo otro. El hombre es, por esencia, forastero, emigrado, desterrado.” (p. 54)

     Lo que está fuera de nuestro cuerpo es objeto de pensamiento y de conocimiento, en cambio lo que está dentro, nuestro propio organismo, no lo es. Lo que está dentro es sensibilidad directa a la vez que pensamiento en ejecución. La manera cómo nos sentimos y el pensamiento ejecutándose son lo vigente, son la realidad del presente en la que estamos inmersos con la acción de nuestro organismo. Lo pensado es la imagen que nos queda de la actividad de pensar, una especie de eco que coexiste con lo sentido de nuestro cuerpo de un modo inmediato, y que constituye, todo ello, la conciencia o significado del mundo en el que vivimos, el contenido o fenómeno de nuestras experiencias. Eso es lo que conforma nuestro yo, nuestras vivencias y nuestra conciencia subjetivamente elaborada.
“Es preciso distinguir entre el ser ejecutivo del pensamiento o conciencia, y su ser objetivo. El pensamiento como ejecutividad, como algo ejecutándose y mientras se ejecuta no es objeto para sí, no existe para sí, no lo hay. Por eso, es incongruente llamarlo pensamiento. Para que haya un pensamiento es menester que se haya ejecutado ya y que yo desde fuera de él lo contemple, me lo haga objeto.” (p. 118)

     Subjetividad y objetividad se confunden sin remedio. Pensamos cosas a la vez que nos sentimos pensándolas. Lo que sentimos de nuestro cuerpo se adhiere a lo que percibimos de nuestro entorno y a nuestros recuerdos e imaginaciones, mezclamos estos tres elementos. 

     El pensamiento fluye con reglas que no acabamos de conocer y que son ajenas a nuestra voluntad, hay que decir, en la medida que desconocemos y son ajenos a nuestra voluntad los tres elementos que lo integran. La vinculación entre nuestros recuerdos, lo que percibimos del entorno y lo que sentimos de nuestro cuerpo es lo que define lo que las personas experimentamos y pensamos. La confluencia en el presente de estos tres elementos es la conciencia. Solo que lo que es actual y lo que es, por tanto, consciente no lo decidimos nosotros, o no del todo. No decidimos cómo nos sentimos corporalmente ahora, no decidimos muchas cosas de las que suceden a nuestro alrededor ahora y no decidimos, por tanto, qué recuerdos e imaginaciones se evocan; aunque sí utilizamos todo ello, tal como nos viene dado, para tomar decisiones que nos permitan adaptarnos a la realidad e influir en ella en la medida de nuestras posibilidades en un proceso permanentemente abierto. 

     Utilizamos el pensamiento, es verdad, pero generalmente no decidimos lo que pensamos: nos viene 'como regalado'. Cita a este respecto Ortega (p. 393) a Goethe:


"En lo cierto está el que afirma

que no se sabe cómo se piensa;

cuando se piensa:

todo es como regalado."


Ortega y Gasset, J. Obras completas. Tomo XII. Unas lecciones de metafísica; Sobre la razón histórica; Investigaciones psicológicas. Alianza. Madrid. 1983.
Epstein, R. (18 may, 2016): The empty brain. AEON essays. Recuperado de https://aeon.co/essays/your-brain-does-not-process-information-and-it-is-not-a-computer


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