La conciencia: pensamientos, ideas y recuerdos.

Henri Bergson, 1859-1941
Cada momento tenemos pensamientos y sentimientos diferentes. De hecho, los momentos se definen por las diferentes cosas que pensamos y sentimos, y por su duración.  
A cada momento, del conjunto de las ideas que guardan alguna relación con la situación concreta en la que nos encontramos y con lo que sentimos de nuestro cuerpo, de entre todas las cosas que se nos puedan ocurrir, seleccionamos una. Esta idea caracteriza el momento. Bergson la llama 'idea directriz'. Es la idea que se impone cuando procuramos ajustar nuestro pensamiento a la realidad, cuando nuestra conciencia encuentra una respuesta que explica lo que sentimos y percibimos. 
Nuestra conciencia continuamente fija los pensamientos e ideas que son relevantes para cada situación y los destaca sobre el continuo de fondo de nuestra existencia. Cada momento “no es más que el punto mejor iluminado de una zona inestable que comprende todo cuanto sentimos, pensamos, queremos, todo cuanto en última instancia somos en un momento dado”, señala Bergson.

La selección de la idea de mejor ajuste a lo que sentimos es una actividad intelectual de discernimiento que puede ser más compleja o menos, pues todas las ideas posibles pueden ser muchas o pocas, pueden guardar una relación más directa o más remota con la situación, pueden confundirse entre ellas o no; y la tarea de discriminación y definición de esas ideas puede resultar más precisa o menos. Se trata de elementos en permanente vía de organización en nuestro proceso de razonamiento, que saltan de lo no consciente a la conciencia cuando aciertan a dar una interpretación plausible de la realidad. 
El razonamiento, propiamente, consiste en una tendencia al monoideismo. La razón articula los elementos que percibimos de modo que la mente se pueda focalizar y apoyar en una idea única. Atendemos solo una parte de la información que nos aportan los sentidos, la cual articulamos en torno a esa idea, e ignoramos el resto. Así convertimos la realidad en una singularidad, lo continuo en algo discreto. Imponemos ideas que fragmentan el continuo de la realidad sensible en momentos sucesivos, creamos esos momentos.
Sin embargo nuestro sistema sensorial no deja nunca de estar expuesto a la variabilidad del entorno y del propio cuerpo, es arrastrado por el cambio continuo. Sin cambio no hay actividad ni sucesos ni momentos. “Si un estado del alma cesase de variar, su duración cesaría de transcurrir”, sostiene Bergson. Pero no captamos la transición de un estado a otro. Lo que sucede es que la mente, siendo limitada, actúa de un modo económico y “resulta cómodo no prestar atención al cambio ininterrumpido, y notarlo solo cuando crece lo suficiente para imprimir al cuerpo una nueva actitud, y a la atención una dirección nueva. En ese preciso instante encontramos que hemos cambiado de estado. La verdad es que se cambia sin cesar, y que el estado mismo es ya cambio. (…) Y precisamente porque cerramos los ojos a la incesante variación de cada estado psicológico, nos vemos obligados, cuando la variación se ha hecho tan considerable que se impone a nuestra atención, a hablar como si un nuevo estado se hubiera yuxtapuesto al precedente. De ése suponemos que, a su vez, permanece invariable, y así consecutiva e indefinidamente.”
Cuando la variación de lo que sentimos y pensamos es notoria, pasamos a un estado nuevo, sin que nos detengamos a analizar como ha sucedido el cambio, a lo más constatamos que éste se ha producido. No atendemos ni razonamos la transición de un estado 'a' a un estado 'b', nos ceñimos a ofrecer razones de los respectivos estados 'a' y 'b', cada uno a su momento y según su propio contexto. Impera, en efecto, la economía del monoideismo: lo importante es el momento en que nos encontramos ahora, no lo que nos haya llevado a él desde el momento anterior. Cada momento es una realidad cerrada en sí mismo, de tal modo que el presente, la inmediatez de lo que sentimos, se impone siempre, sin solución de continuidad.
Todo estado que ya ha pasado, ha dejado de existir. Es en los estímulos de ahora mismo dónde reside la información útil a nuestra conciencia y a nuestra acción. Del pasado perfecto no queda nada, y no podemos deshacer lo ya sentido, pensado o hecho. Pero si el cambio no es completo, si todavía seguimos sintiendo más o menos lo mismo y no hemos saltado a un momento completamente diferente, aún podemos volver a pensar sobre lo acontecido y tal vez hacer algo respecto a ello. En este caso todavía nos mantenemos en el mismo momento en alguna medida, independientemente del tiempo físico que haya transcurrido. En este sentido nuestros estados y momentos se nos pueden hacer eternos, o podemos sentir que retornan eternamente. De hecho los recuerdos resurgen en tanto que guardan relación y son útiles a nuestra experiencia actual: los volvemos a experimentar por alguna similitud con lo que sentimos y percibimos en el momento presente.

"(...) El espíritu abarca el pasado, mientras que el cuerpo está confinado en un presente que incesantemente vuelve a comenzar. Pero solo nos acordamos del pasado porque nuestro cuerpo conserva aún presente su huella. Las impresiones producidas por los objetos en el cerebro permanecen en él, como imágenes sobre una placa sensibilizada o fonogramas sobre discos fonográficos; del mismo modo que el disco repite la melodía cuando se hace funcionar el aparato, resucita también el cerebro el recuerdo cuando se produce la sacudida necesaria en el punto en que está depositada la impresión."
En palabras de Sartre: "Parece que el ser es presente, que todo es presente: el cuerpo, la percepción presente y el pasado como traza presente en el cuerpo; todo es 'en acto': pues la traza mnémica no tiene una existencia virtual en tanto que recuerdo: es íntegramente traza actual. Si el recuerdo resurge, lo hace en el presente, a consecuencia de un proceso presente."

El recuerdo es una huella que se creó en el pasado y que el pensamiento actual ha vuelto a 'encender'. Sin embargo el pensamiento no se agota en el recuerdo, solo está condicionado por él en una medida relativa. Los recuerdos necesitan actualizarse en las sensaciones presentes para hacerse ellos presentes en la conciencia. Son un conocimiento práctico vinculado a las sensaciones del presente, que ha sido iluminado por éstas en el circuito de la conciencia. Pero los recuerdos son una condición, no son la experiencia sensible en sí (la conciencia inmediata) la cual igualmente existiría aunque tomara otra forma u otros matices. La sensibilidad preexiste al recuerdo. Los recuerdos cobran sentido ellos mismos y aportan sentido a nuestra experiencia presente en tanto lo que sentimos los pone en juego de una determinada forma.

Escribe Bergson: “De buen grado nos representamos la percepción atenta como una serie de procesos que caminarían a lo largo de un hilo único, excitando el objeto sensaciones, las sensaciones haciendo surgir ante ellas las ideas, cada idea conmocionando gradualmente puntos más alejados de la masa intelectual. Habría, por tanto, una marcha en línea recta, por la que el espíritu se alejaría más y más del objeto para no volver nunca. Nosotros pretendemos, por el contrario, que la percepción refleja es un circuito en el que todos los elementos, incluido el mismo objeto percibido, se mantienen en estado de tensión mutua como en un circuito eléctrico, de tal forma que cada sacudida salida del objeto no puede detenerse en ruta en las profundidades del espíritu: debe siempre retornar al objeto mismo.” 

La conciencia no es nada que provenga de 'las profundidades de la mente' ni de una oscura maraña de recuerdos lejanos, al contrario, es un circuito cerrado del que forman parte, junto con las huellas de memoria, los objetos y energías del mundo que existen aquí y ahora, los cuales inician y a los cuales retorna constantemente el flujo de pensamiento. Se genera una actualización del conocimiento al iluminarse huellas de memoria en ese flujo o circuito: algo que se sensibilizó en el pasado se sensibiliza nuevamente en el presente. Pero lo que dirige la conciencia y mantiene el circuito encendido es la actualidad de lo que sentimos ahora, no el recuerdo en sí mismo. Las huellas de memoria no tienen vida por sí solas, son solo un elemento vestigial que si salta a la conciencia es porque es iluminado por lo que sentimos y percibimos ahora. La experiencia del recuerdo siempre es una experiencia actual, que necesita de lo que sentimos ahora mismo para tener sentido. Lo actual y sensorial es lo que dirige nuestros pensamientos y nuestras acciones a cada instante.
Nuestros estados no cambian tanto por una lógica interna de nuestros recuerdos, sino que son las situaciones y las sensaciones (incluidas las sensaciones corporales) las que cambian, y nuestro pensamiento va a su zaga. 
Bergson, respecto a esto, distingue entre idea y pensamiento:

"La idea es una detención del pensamiento; nace cuando el pensamiento, en lugar de continuar su camino, hace una pausa o vuelve sobre sí: del mismo modo que el calor surge en la bala que encuentra un obstáculo. Pero así como el calor no existía antes en la bala, tampoco la idea formaba parte integrante del pensamiento." 

De modo que, en ese circuito reflejo que existe entre mente y objeto, el pensamiento es lo continuo e inconsciente que constantemente busca el ajuste a la realidad, que se acopla a ella, mientras que las ideas son lo discreto consciente que se nos aparece cuando el pensamiento "hace una pausa o vuelve sobre sí mismo". El pensamiento discurre sincronizado con la realidad del mundo y de nuestro cuerpo, de manera que cuando esa realidad presenta un cambio abrupto nuestro pensamiento 'choca' con ella y aparece una idea con singular intensidad en la conciencia. Ese elemento disruptivo, esa discontinuidad del mundo con nuestro pensamiento, hace saltar una idea peculiar que va a definir (o redefinir) el momento con nitidez.
Esa idea 'salta' a la conciencia, no es fruto de un razonamiento previo, no formaba parte integrante del pensamiento que busca continuamente acoplarse a la realidad, sino que surge precisamente de la ruptura de la realidad con el pensamiento, corresponde a algo nuevo e inesperado. Acto seguido el pensamiento "hace una pausa" y sigue a la idea, "vuelve sobre sí", pues esa idea singular se ha convertido ella misma en un objeto percibido de nuestro mundo personal, un objeto mental lo suficientemente definido y chocante para dejar una impresión vívida en nuestra conciencia (y probablemente también en nuestra memoria). Esos son los momentos creadores de la realidad que experimentamos, más allá del discurrir indolente de los pensamientos comunes.


Henri Bergson. Memoria y vida: Textos escogidos por Gilles Deleuze. Alianza Editorial, 2016.
Henri Bergson. El alma y el cuerpo. Ediciones Encuentro, 2009.
Jean-Paul Sartre. El ser y la nada. Losada Editorial, 2007.


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