El discurrir de aquello interno que sentimos de
nuestro cuerpo, a diferencia de los acontecimientos del exterior, nos resulta prácticamente
inenarrable, pues la actividad de nuestro organismo, aunque nos ofrece un flujo
continuo de sensaciones, no es información procesable en su mayor parte, no es
susceptible de ser tratada como una representación o un dato. Sucede que la
fisiología de uno es inefable para uno mismo; aunque se la siente, no entra en
los circuitos de memoria, es sensibilidad que simplemente va pasando, incapaz
de reproducirse o representarse a sí misma. Lo que representa y lo representado
son necesariamente cosas distintas; nada se representa a sí, solo
se 'presenta' en sí. De modo que no es nuestra mente sino el mundo
exterior quién aporta los objetos susceptibles de ser representados, conocidos,
recordados; por esto pensamos y razonamos el mundo, no a nosotros mismos, a
nosotros simplemente nos sentimos.
El término griego ‘ pneuma ’ significa espíritu, a la vez que aire, el simple y literal aire de la naturaleza. De ‘ pneuma ’ proviene una palabra tan alejada, en principio, de cualquier forma de espiritualidad como es ‘neumático’. Aire y espíritu son conceptos muy diferentes para nosotros, radicalmente diferentes debemos decir, en nuestras lenguas modernas, pero eran intercambiables en el griego antiguo. No obstante, todavía queda algún vestigio de ello en la actualidad: De la palabra griega ‘ pneuma ’ proviene ‘pneumatología’, una disciplina (marginal) que estudia los fenómenos del ‘pneuma’, esto es, la influencia de los ‘espíritus’ o ‘seres aéreos’, intangibles e invisibles, en las personas. En el contexto cristiano se reconoce la pneumatología como la parte de la teología que estudia los seres y fenómenos espirituales, en especial el 'espíritu santo', como instrumento de las acciones de Dios. En hebreo, ‘ ruaj ’ tiene la misma doble acepción de aire y espíritu. Como l
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