La versión de Pitágoras

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Detalle de “La Escuela de Atenas” (1510) de Rafael, en el que aparece Pitágoras.

El sistema de creencias pitagórico tiene muchos elementos en común con el órfico. A semejanza de éste, mantiene que el alma humana no es algo que se origine individualmente en el interior de las personas sino que proviene de algo común y compartido de fuera. Pero los pitagóricos no hacen referencia a los dioses y a la mitología de un modo tan extenso como los órficos, sino que conciben el alma como la emanación natural de un 'alma universal' que tiene su origen en el 'fuego central del universo', principio de toda la materia.
El alma universal, entienden los pitagóricos, tiene la capacidad de vivificar el cuerpo humano y el de los animales; es lo que les da la vida y los 'anima'. Pero tiene también la capacidad de existir en las 'regiones etéreas' sin estar unida a ningún cuerpo. Los pitagóricos, como los órficos, sostienen la universalidad y la inmortalidad del alma. Todo en la naturaleza está 'animado', tiene alma o está tocado o bañado por el alma. El alma, al ser algo físico, es inmortal. Su existencia no depende de la existencia de ningún organismo, de la vida o de la muerte de éste, sino que es mismamente ella la que da la existencia a todos los seres que viven. Ella es la raíz de la vida y su ausencia es la muerte, en todos los seres sensibles y capaces de vivir.
El alma se extiende por todo el espacio celeste, donde algo físico como un 'fuego central' la origina, y se transmite por el éter y el aire (elementos físicos igualmente) a todas las criaturas, sobre las que actúa y se manifiesta a lo largo de toda su vida. Son los individuos los que deciden acomodar su mente o no al alma de la naturaleza. Las personas pueden elevar su mente a las regiones superiores, inteligibles y divinas por medio del ejercicio de la razón, de la voluntad libre y de la práctica de las virtudes, y comprender y expresar el alma universal con sus actos y pensamientos. O pueden 'condenarse' a las regiones inferiores, sensibles y animales, someterse a las pasiones, al no saber o no querer comprender los movimientos del alma y limitarse a ser un mero títere de ellos.
Los pitagóricos distinguen en el alma humana dos partes: una superior, que pertenece al orden inteligible, que es origen de la inteligencia y de la voluntad, y otra inferior, que pertenece al orden sensible, origen de los sentidos y de las pasiones. El alma universal, de alguna manera, fluye hacia nosotros y nos otorga la inteligencia y la voluntad, la 'parte superior', en tanto somos capaces de interpretar de un modo adecuado los movimientos que origina ese 'fuego central' en nosotros. Mientras que la 'parte inferior' está sometida al cuerpo y las vísceras, es prisionera de sus necesidades inmediatas en tanto que uno no es capaz de relacionarlas con el orden y lo inteligible que hay en la naturaleza.

Las últimas estrofas de los versos áureos, atribuidos a Pitágoras, ilustran esta forma de dualismo:

(…)
Pero para ti, ten confianza,
porque de una divina raza
están hechos los seres humanos,
y hay también la sagrada naturaleza
que les muestra
y les descubre todas las cosas.
De todo lo cual,
si tomas lo que te pertenece,
observarás mis mandamientos,
que serán tu remedio,
y liberarán tu alma
de tales males. Abstente en los alimentos como dijimos, sea para las purificaciones,
sea para la liberación del alma,
juzga y reflexiona de todas las cosas y de cada una,
alzando alto tu mente,
que es la mejor de tus guías. Si descuidas tu cuerpo para volar
hasta las libres orbes del éter
serás un dios inmortal, incorruptible,
ya no sujeto a la muerte.

La 'divinidad' (lo superior y sublime) reside en el cielo, en las 'libres orbes del éter', lo mismo que nuestra mente y nuestra inteligencia, la cual podemos 'levantar alto' y 'hacer volar', a través del juicio y la razón, 'descuidando' el cuerpo, para convertirnos con nuestro pensamiento e inteligencia en 'un dios inmortal e incorruptible, ya no sujeto a la muerte', tal como corresponde al alma de la que participamos. Debemos tener confianza, pues, en nuestra propia naturaleza, en la parte que es 'sagrada' y 'divina' (la que corresponde a los celestes) porque, como naturaleza que es, es nuestra mejor guía. Si la sabemos interpretar correctamente, 'nos mostrará y descubrirá todas las cosas del mundo', devendrá inteligencia en nosotros.

Pitágoras y sus seguidores tenían buenas razones para venerar a Orfeo, el 'músico' más grande, que con los sonidos de su lira domesticaba la naturaleza y reducía a mansedumbre las bestias salvajes. Experimentos de tipo musical habían llevado a Pitágoras a la comprensión de las relaciones numéricas y de ahí a la fundación de la matemática. La música siempre tuvo una posición dominante en las creencias pitagóricas. El universo era descrito como un orden de proporciones, como una consonancia, una armonía. No se trataba de una metáfora. Los pitagóricos creían firmemente en un orden matemático de los elementos del universo y en la existencia de una armonía real de las diferentes dimensiones físicas de todos estos elementos.
El alma humana ha de esforzarse por captar la armonía que reina en el universo, pues sólo así su existencia será también armoniosa y saludable. El orden natural de las cosas (la armonía) es el máximo bien, es la 'divinidad' que da la pauta a la que se acomodarán (o no) los seres humanos. Esta armonía está físicamente presente en el universo, se manifiesta en los movimientos y vibraciones de la naturaleza, que tienen un ritmo, una pauta, y conforman una 'música' aunque no sea audible al oído.
Es evidente que la 'música' de los pitagóricos es diferente de la idea que tenemos actualmente de la música. Y lo mismo pasa con los números y las relaciones matemáticas. Según esta escuela filosófica los números no son representaciones abstractas separadas de la realidad, tal como los concebimos en la actualidad, sino que tienen magnitud y extensión espacial real. Intencionadamente los pitagóricos confundían la unidad aritmética con el punto geométrico, lo abstracto con lo material. Es más, no sólo afirmaban que las unidades matemáticas tienen extensión espacial, sino que funcionan como la base misma de la materia física, es decir, las venían a considerar como una forma primitiva de átomo.

Según la cosmogonía pitagórica, a partir de un primer elemento origen de todo, o 'germen' (la unidad matemática y física), el universo se habría desarrollado en toda su complejidad. Tenían una concepción a la vez matemática y biológica del cosmos, al cual consideraban como un ser que vive y respira: Dada la primera unidad (germen) con magnitud en el espacio, ésta comenzaría a inhalar el tiempo, el aliento y el vacío. Esto implica que el aliento entraría desde fuera en la unidad. La unidad comenzaría a crecer y como resultado de su crecimiento se partiría en dos. Aquí entraría el vacío, gracias a la existencia del cual estas dos unidades se podrían mantener separadas. El vacío es el elemento delimitador, aquello que separa las partes y que, por tanto, permite el desarrollo diferenciado. Así habría comenzado un proceso que, mediante una progresión indefinida, acabaría por convertirse en el universo que conocemos.
El paralelismo con el huevo cósmico de los órficos, lleno de aire, que se parte en dos, origen de todo el universo, es evidente. Los pitagóricos prescindieron, pero, de una teogonía y de un plano de pensamiento mitológico en su explicación cosmogónica.
El universo de los pitagóricos es todo él una armonía de tiempos, espacios, movimientos, ciclos y ritmos entrelazados de manera matemática. La Tierra, por ejemplo, al moverse de manera circular en torno al centro del universo da lugar al ciclo día-noche. El movimiento regular y acompasado de las esferas y de las estrellas produciría 'la música de las esferas', una especie de sonido armónico o música que no percibimos ni nos damos cuenta de su existencia simplemente porque 'nuestro oído estaría acostumbrado a él desde el nacimiento, y también porque el sonido, cuando es continuado, necesita de la interrupción para ser percibido'.
Este universo, las vibraciones armónicas que generan los planetas y las estrellas en el éter, esta 'música' constituye el alma universal, que nos llega por el aire y se manifiesta, cuando actúa sobre nuestro cuerpo, como lo más elevado de 'nuestra' alma: la inteligencia.
La idea de armonía de todo lo creado, como base tanto de una cosmogonía como de un código moral o religioso, cobra un sentido completo a partir de la idea de que existe un alma universal, única y eterna, de la que todos los seres participamos y que marca la pauta de lo que debemos hacer las personas a lo largo de nuestra vida. Lo que llamamos 'alma humana' es un fenómeno de la naturaleza y es una manifestación del alma universal. 'Nuestra' alma no es creada por nosotros ni por nuestro cuerpo, viene dada por la naturaleza, que nos trasciende, y debemos simplemente respetarla y acomodarnos a ella. 
La idea originaria de los pitagóricos era que el alma estaba constituida por partículas que flotaban en el aire, idea asociada al 'corporalismo' o creencia de que las unidades, cantidades y armonías tenían una extensión corporal. Los primeros pitagóricos sostenían que el alma, cuando estaba separada del cuerpo durante el tiempo intermedio a sus diversas 'reencarnaciones', era algo que revoloteaba en el aire, como las partículas que vemos que flotan en el aire cuando son iluminadas por un rayo de luz. Filósofos posteriores matizaron esto y establecieron que el alma universal no debía ser tanto el aire en sí como los movimientos originarios de los cuerpos celestes, de los cuales el aire sería transmisor.
Sobre esto dijo Aristóteles:

Parece que la teoría de los pitagóricos tiene el mismo propósito: pues algunos de ellos dijeron que el alma reside en las partículas que hay en el aire y otros que es ella la que las mueve. Hablan de partículas porque se muestran siempre en constante movimiento, incluso cuando hay calma completa. (Aristóteles, De anima, 404a 16)

Si Orfeo se convirtió en un personaje semidivino, que sabía usar el poder sutil a la vez que profundo de las vibraciones del aire o de la 'música', de Pitágoras se escribieron prodigios muy similares. Porfirio, en la Vida de Pitágoras (pp. 28-31), apuntaba respecto a él:

Sobre nuestro personaje se han contado, de una manera uniforme y concorde, otros casos innumerables más sorprendentes y más divinos. Por decirlo sencillamente, de nadie han supuesto más cosas ni más extraordinarias. En efecto, se recuerdan de él predicciones inequívocas de terremotos, rápidas prevenciones de epidemias, el cese de vientos violentos y de una granizada, y la suspensión de oleajes fluviales y marítimos para una cómoda travesía de sus discípulos. Empédocles, Epiménides y Ábaris, que intervinieron en hechos de esta naturaleza, han realizado, en muchas ocasiones, prodigios parecidos. Sus poemas lo ponen de manifiesto. Y, en especial, la denominación de 'paravientos' correspondía a Empédocles, la de 'purificador' a Epiménides y la de 'caminante aéreo' a Ábaris, porque, por lo visto, montado en la flecha que le había regalado Apolo, el de los hiperbóreos, caminante, en cierto modo, por el aire atravesaba ríos, mares y lugares inaccesibles. Esto es, precisamente, lo que algunos supusieron que le había ocurrido a Pitágoras cuando, en Metapunto y Tauromenio, el mismo día, se relacionó con sus discípulos de una y otra ciudad.
Con sus cadencias rítmicas, sus cánticos y sus ensalmos mitigaba los sufrimientos psíquicos y corporales. Estos principios los desarrollaba para sus discípulos, pero, particularmente, escuchaba la armonía del universo, porque comprendía la armonía universal de las esferas y los astros que en ella se mueven, y que no la percibimos por la pequeñez de la nuestra naturaleza.(...) Por lo demás, las voces de los siete planetas, la (de la esfera) de los fijos y, además de ésta, la (de la esfera) de encima de nosotros, nombrada entre ellos, por otro lado, 'antiterra', habían asegurado que eran las nueve Musas. A la mezcla, sinfonía y, por decirlo así, atadura de todas ellas, se la llamaba Mnemósine, de la cual cada una era parte y efluvio como de un eterno increado.

Según dice Porfirio, de Pitágoras se creía que tenía el poder de domeñar los vientos violentos y el oleaje, como hacía Empédocles, el paravientos, e incluso se pensaba que podía desplazarse por el aire, como Ábaris, el caminante aéreo.
Se suponía que Pitágoras, como Orfeo, con sus cadencias rítmicas reproducía la armonía de las esferas y los astros, y por medio de ellas era capaz de mitigar los sufrimientos psíquicos y corporales. Las cadencias de los planetas y de las esferas constituyen, cada una, una 'musa', esto es, un tipo de pensamiento o inspiración. La ligadura de todas ellas en una sinfonía universal constituye la 'mnemósine', la sinfonía de los pensamientos que se manifiesta en la inteligencia de los seres humanos.



En definitiva, en el sistema órfico el éter es el elemento que llena el universo y del que están hechas las estrellas, y es por el éter que se transmite hacia el aire que rodea la Tierra 'el poder de los dioses', el cual actúa como una 'música' sobre el alma de los hombres. El pitagorismo reafirma esta idea, pero va un poco más allá: no son ya los dioses los que actúan por medio del éter o el aire sobre nosotros, sino que lo que lo hace es el propio universo, los planetas y las esferas, con sus cadencias inherentes, que emiten esa 'música' inaudible, una vibración armónica del aire. Es la naturaleza la que actúa, en el origen y el medio, no los dioses. Se entiende todo ello como un fenómeno natural y se intenta dar una explicación científica.
También van un poco más allá los pitagóricos al recalcar que la 'música de las esferas' actúa directamente sobre la mente y el pensamiento (las musas, la mnemósine), esto es, las potencias superiores del alma, y no solo sobre las pasiones y las afecciones del cuerpo. Los órficos reconocían la acción sobre el pensamiento, pero no elaboraron tan finamente como los pitagóricos este aspecto.


Bibliografía.
Conde, F. Página sobre filosofía, www.paginasobrefilosofia.com/html/.
González, C. Historia de la filosofía. 2 ª ed., Madrid, 1886. Edición digital Proyecto Filosofía en español, www.filosofia.org, 2002.
Guthrie W.K.C. Orfeo y la religión griega, Siruela, Madrid, 2003.
Porfirio, Vida de Pitágoras. Argonáuticas órficas. Himnos órficos, Gredos, Madrid, 1987.
Rohde E. Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, Fondo de Cultura Económica, México, 1948.

Comentarios

  1. Como historiador de la filosofía siento la vocación que decir que tenemos que darnos cuenta de la manera curiosa en la cual los griegos viejos mezclaban cuentos de hada con ideas científicas. Los mitos sobre el alma universal siguen siendo una parábola de la posibilidad de la evolución para nosotros. ¡El hecho que el universo se organice a sí mismo es lo que podríamos aprender de esos mitos viejos!

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    1. Gracias Ivi. En todo caso sabían dar respuestas completas, y no parciales. Un saludo.

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    Por que siento curiosidad sobre lo que dice Pitagoras..sobre las orbes del eter
    Pues de un tiempo a la fecha yo las veo

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