La conciencia, la inteligencia y lo social.

H. Bergson
    Nuestra conciencia es lo que hace que tomemos unas decisiones y no otras, lo que fija los objetivos de los sucesivos momentos de nuestra existencia y lo que determina, por tanto, nuestra dicha o nuestra desgracia. El signo fundamental de que conseguimos alcanzar nuestras metas, cuando la conciencia nos guía con éxito, es la alegría. Cuando no somos capaces de alcanzar un cierto éxito y control aparecen, contrariamente, la frustración y la tristeza. 

    Escribía H. Bergson: 
 
    “La alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha conseguido una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal. En todas partes donde hay alegría, hay creación: cuanto más rica es la creación, más profunda es la alegría. La madre que observa a su hijo es alegre, ya que tiene conciencia de haberlo creado, física y moralmente. El comerciante que lleva adelante sus negocios, el dueño de fábrica que ve prosperar su industria, ¿es alegre en razón del dinero que gana y de la notoriedad que adquiere? Riqueza y consideración entran evidentemente en mucho en la satisfacción que siente, pero le aportan placeres más que alegría, y aquello que disfruta con verdadera alegría es el sentimiento de haber montado una empresa que marcha, de haber llamado algo a la vida. Tomen alegrías excepcionales, la del artista que ha realizado su pensamiento, la del sabio que ha descubierto o inventado. Escucharán decir que esos hombres trabajan para la gloria y que extraen sus alegrías más vivas de la admiración que inspiran. ¡Profundo error! Uno se aferra al elogio y a los honores en la medida exacta en que no está seguro de haber triunfado. Pero aquel que está seguro, absolutamente seguro, de haber producido una obra viable y durable, aquel ya no tiene nada que hacer con el elogio y se siente por encima de la gloria, porque es creador, porque lo sabe, y porque la alegría que experimenta con ello es una alegría divina.” 

    La alegría es un sentimiento de control y gobierno sobre nuestro entorno. Aparece con la convicción de que la realidad funciona según la acertamos a pensar, y de que alcanzamos a crear algo durable que nos lo demuestra y que da sentido a nuestras acciones. Pero las satisfacciones, inevitablemente, se alternan con las frustraciones: no tenemos éxito en todo y todos los intentos, y cuando lo tenemos su duración y alcance son limitados. Nuestros pensamientos no se corresponden con lo real y con la verdad de un modo absoluto e indefinido. Lo que pensamos, más que acercarnos, incluso nos puede alejar de la realidad en muchas más ocasiones de las que creemos.
    La ignorancia no es, al contrario de lo que solemos creer, un vacío de conocimiento, sino el desvarío de un exceso de certezas, las cuales hay que ir desmontando una a una, argumenta A. Finkielkraut. Sucede que, sin darnos apenas cuenta, todo lo que ocurre en la realidad (en el presente) lo convertimos en una trama temporal (sobre el pasado y el futuro) de argumentos comunes y convencionales que no tienen por qué corresponder a los hechos reales. Nuestra conciencia, por su funcionamiento natural, somete la realidad a las formas comunes del lenguaje. Nos esmeramos en narrar, en poner en pasado y en futuro lo que sentimos y pensamos en el presente; subordinamos nuestro mundo interior a lo comunicable, a lo práctico y convenido socialmente, y tomamos nuestras ideas en común con nuestros semejantes como la medida de todas las cosas. Y 'cuanto más exclusivamente se toma a sí mismo el hombre, en cuanto sujeto, como medida de las cosas, más equívoca la medida', señala Heidegger. De modo que para acertar con las decisiones correctas, y crear algo de interés, hay que atreverse a cuestionar y deshacer antes nuestras elaboraciones mentales personales, y las de los demás. 
    Habremos de ver, aunque nos disguste, como nuestros conocimientos no son más que un entramado de ideas y certezas que se desmoronan en cuanto los ponemos a prueba. La razón es acomodaticia y se convierte muy rápidamente en foto fija y pierde el hilo de la realidad. Olvida lo concreto y lo objetivo, toma solo lo que le permite seguir razonando en el mundo de representaciones que ella misma crea. La razón no se cuestiona a sí misma, a no ser que tenga muy buenos motivos para hacerlo. Nos sentimos cómodos, en general, con las medias verdades, con el vagar por el mundo de las ideas comunes. El verbal es un mundo que no casa con el empírico, que exige un esfuerzo añadido de someter el lenguaje a la verdad si no queremos que la verdad quede sometida al lenguaje.

    Conseguiremos anticiparnos en alguna medida a lo que la realidad nos va a deparar, entender el mundo y tener momentos felices, a través de nuestra inteligencia y de la capacidad que tengamos para deshacer los errores, individuales y colectivos. Es en la vida social donde ponemos en común nuestra conciencia con la de los demás individuos, pero también es donde caemos más rápidamente en lo banal si no nos atrevemos a confrontarla. De la dualidad entre lo social y lo personal nacen unas dinámicas muy poderosas y en permanente conflicto: 

    “La sociedad, que es la puesta en común de las energías individuales, se beneficia de los esfuerzos de todos y vuelve más fácil el esfuerzo de todos. Solo puede subsistir si subordina al individuo; solo puede progresar si lo deja hacer: exigencias opuestas, que habría que reconciliar. Si el individuo se olvida de sí mismo, la sociedad olvida a su vez su destino; uno y el otro, en estado de sonambulismo, hacen y rehacen indefinidamente la ronda del mismo círculo, en lugar de caminar, recto hacia delante, con una eficacia social más grande y con una libertad individual más completa. Solo las sociedades humanas tienen fijas ante sus ojos las dos metas a alcanzar. En lucha consigo mismas y en guerra unas con otras, buscan visiblemente, mediante la fricción y el choque, redondear ángulos, desgastar antagonismos, eliminar contradicciones, hacer que las voluntades individuales se inserten sin deformarse en la voluntad social y que las diversas sociedades entren a su vez, sin perder su originalidad ni su independencia, en una sociedad más vasta: espectáculo inquietante y tranquilizador, que uno no puede contemplar sin decirse que aquí también, a través de innumerables obstáculos, la vida trabaja en individuar y en integrar para obtener la mayor cantidad, la variedad más rica, las cualidades más altas de invención y de esfuerzo.” (H. Bergson)

    Las demás personas son lo más relevante para nosotros, lo que ocupa mayormente nuestra atención y nuestros pensamientos. Son lo más complejo, imprevisible y lo que más nos ha de preocupar. La sociedad es una confrontación de conciencias. A veces sucede que las sociedades son rígidas e imponen la razón dominante, y las personas se someten a ella a costa de su libertad, esto es, de su capacidad de decidir y de crear. Son grupos autoritarios, que menosprecian lo individual, lo diferente, y amenazan las conciencias individuales. Confunden la razón (algunas razones), los argumentos de la conciencia (de algunas conciencias), con la realidad. Y los imponen. Los sujetos entonces dejan de ser sinceros y se someten a unas metas que no son las suyas personales; sus conciencias individuales se han alienado; el progreso que debía surgir de la confrontación individuación-integración en el grupo simplemente ha desaparecido.
    Nuestra conciencia es atención y expectativa. Y como se sabe en psicología, la atención es selectiva, sólo atendemos a una cosa en cada momento. Reducimos la infinita información potencial a una única real y concreta presente. “Es el cerebro quien nos brinda el servicio de mantener nuestra atención fijada sobre la vida; y la vida mira hacia delante; solo retorna hacia atrás en la medida en que el pasado puede ayudarla a iluminar y a preparar el porvenir. Vivir, para el espíritu, es esencialmente concentrarse sobre el acto a cumplir. Es entonces insertarse en las cosas por intermedio de un mecanismo que extraerá de la conciencia todo lo que es utilizable para la acción, a riesgo de oscurecer la mayor parte del resto. Tal es el rol del cerebro en la operación de la memoria: no sirve para conservar el pasado, sino para taparlo primero, luego para dejar transparentar de él lo que es prácticamente útil.”
    La conciencia, en definitiva, es la fábrica de los momentos que vive cada uno, es un mecanismo que actúa en el presente y que crea la ilusión del pasado y del futuro. Es una mecánica que trama ideas sobre lo que puede haber pasado y lo que puede pasar, pero que no tiene información de su propio funcionamiento, que no capta objetivamente el pensar en sí, el acto que nos define como humanos. La conciencia no capta el instante preciso de su propia acción, ni tampoco, por tanto, la causa primera de su sucederse; se remite inevitablemente al pasado y al futuro que ella inventa. La razón se justifica siempre a sí misma.
    Nadie debería, pues, tomarse a sí mismo demasiado en serio. Solo lo necesario.


Bergson, H. (1919). La energía espiritual. Buenos Aires: Cactus.
Finkielkraut, A. (2009). Un corazón inteligente. Madrid: Alianza.
Heidegger, M. (1927). Ser y tiempo. Madrid: Trotta.


Comentarios

  1. Muy bien texto. Capto mi atención al instante de leerlo y se fue dando esa magia de cuando uno lee y en su mente para comprendiendo el texto. Se sintió cuando dos manos se unen producto de acordar algo. Felicitaciones

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