Hálitos del Céfiro que todo lo engendráis y vais por el aire, de dulce soplo, susurrantes, que poseéis la calma de la muerte. Primaverales, que os movéis por la pradera, deseados por los fondeaderos, porque cómodo puerto y ligera brisa aportáis a las naves. Venid, por favor, propicios, soplando sin reparo, por el aire, invisibles, muy ligeros y en aéreas apariencias.[1]
Los hálitos del Céfiro son una brisa que sopla de manera dulce y tranquila, sin embargo, tienen un profundo poder: son principio y fin de lo que existe, “todo lo engendran”, y a la vez “poseen la calma de la muerte”. Pueden ser protectores, como se invoca en el texto, o desfavorables; pueden engendrar vida o traer la muerte.
El himno 14 se dirige a Rea, hija del cielo (Urano), en consideración de “aeromorfa”[2]. Y en el himno 16 se exalta a otra diosa, a Hera, en los mismos términos:
Alojándote en azulados vacíos, aeromorfa, augusta Hera, feliz esposa de Zeus, ofreces a los humanos auras propicias que nutren sus almas. Madre de la lluvia, alentadora de vientos, engendradora de todo, porque, sin ti, nada alcanza del todo la carta de naturaleza de su existencia, ya que en todo participas, envuelta en prodigiosa atmósfera. Pues tú sola lo dominas y gobiernas todo, moviéndote en corrientes que producen estruendo por los aires. Ea, pues, bienaventurada, gloriosa y augusta diosa, ven, te lo ruego, propicia, reflejando alegría en tu rostro bello.[3]
Hera es la “engendradora de todo” porque participa en todo al estar integrada en la atmósfera, o ser ella misma la atmósfera prodigiosa. Los movimientos del aire, o auras, tienen una manifiesta dimensión espiritual: alimentan nuestro ánimo y revelan, de esta manera, la condición celeste de nuestra alma.
El himno 5 invoca no ya a los dioses aéreos sino directamente al éter:
Tú, que posees el poder soberano y para siempre indestructible de Zeus, y una porción de los astros sol y luna. Domador de todo, que exhalas fuego, incentivo para todos los seres vivos, éter excelso, nobilísimo elemento del universo, germen brillante, portador de luz, de estrellado resplandor. A ti te invoco y suplico que estés afable y sereno.[4]
El éter posee el poder inmenso de Zeus, que somete a todos los seres vivos amansando o, por el contrario, infundiendo aliento a su alma. Se le suplica, en este himno, que esté afable y sereno, para poder estarlo a su vez los humanos.
[1] Porfirio. Himnos órficos. (M. Periago Trad.) Madrid: Gredos, LXXXI.
[2] Idem, XIV.
[3] Idem, XVI.
[4] Idem, V.
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